Y LA LUZ BRILLÓ

La sagrada liturgia que se vive la noche de Pascua, en la madre de todas las vigilias, nos ayuda a comprender de modo ilustrativo, el acontecimiento más de la grande la historia: la resurrección de Jesucristo. Pasando por toda la historia de la salvación, se nos hace un recuento de la fidelidad y el amor que Dios nos tiene como para no dejarnos solos, aun cuando le hemos fallado como pueblo. Si el Viernes Santo se podían escuchar aquellos reclamos de Dios para con nosotros “¿pueblo mío qué te he hecho, en qué te ofendido? Respóndeme”, en la vigilia pascual escuchamos los relatos más bellos de la manifestación de Dios en la historia, desde creación del mundo por puro amor, hasta las profecías que manifiestan la misericordia de Dios en la regeneración del mundo.

Partamos de los acontecimientos del viernes. Después de cenar, la suerte de aquel judío que había revolucionado al pueblo con su predicación, estaba ya echada y vendida cobardemente. El miedo es el sentimiento que domina la situación. En las tinieblas solo reina la injusticia y parece no haber ningún avistamiento de luz en una noche como aquella. Lo que siguió fue un juicio amañado y sucio en el que se formulan pruebas descontextualizadas. ¿Os suena esto? No obstante, la fuerza en aquel hombre para afrontar lo que siguió fue aún más inmensa. Todo este episodio fatídico termina en la cruz. Al menos eso se creía.

Los evangelios narran la desolación y el desastre al momento de la expiración. “Todo estaba cumplido”. En parte sí. Las guerras, el odio, la división, la incomprensión, el relativismo, todo aquello que supone el estado humano del hombre se había cumplido. Pero era el momento de renovarse. No basta con lo que hasta ese momento había sucedido. A esto sumamos el silencio extenuante que daba paso a la desesperanza, la tristeza y una sensación de fracaso. ¿acaso nos parece este un escenario conocido?

Unos discípulos discuten, con tristeza, los acontecimientos suscitados días anteriores, mientras van de camino. De repente, la presencia de un “forastero” hace que narren la desventura que han pasado y la causa de esa desazón. El compartir de la Palabra y de la mesa, hace que reconozcan que la esperanza no ha muerto y que el frío de la insensatez se apacigua con la llama del entendimiento y la razón. “Era necesario”.

Retomando el inicio de este texto, en la primera parte de la vigilia pascual, se hace la bendición del fuego y del cirio pascual que presidirá toda la pascua. Esa luz simboliza a Cristo resucitado. El fuego que inundó los corazones de aquellos discípulos, era el mismo Cristo. Tal vez hoy se nos haga difícil comprender un “era necesario” en nuestras vidas cuando la muerte, la injusticia y la desolación nos invade, pero darnos cuenta que habrá luz, aún en los momentos más tenebrosos, espero nos haga ver la vida desde otra perspectiva, la del amor.

Donde hay luz, hay certeza, hay brillo, hay calor, hay seguridad. El fuego nos recuerda que venimos de un proceso de purificación que, una vez hayamos pasado cualquier sufrimiento, podemos esperar una salida en donde se pueda pisar con firmeza el suelo y respirar con tranquilidad. Puede que ahora vivamos momentos oscuros y que, aunque el sol brille, el frío nos congele el alma; que no veamos luz por ninguna parte, aun cuando el día esté claro. Entonces, es momento de empezar a brillar. Conformarse con la oscuridad no afianza en nada la seguridad ni quita el miedo, al contrario, debilita nuestras fuerzas y nos hace temer a la luz creyendo que nos podrá lastimar.

A veces parece que nuestra vida es un verdadero calvario y, coloquial y hasta mecánicamente, lo llegamos a afirmar. Pero es que hasta en el calvario, renació la esperanza, la luz brilló. Ojalá podamos reconocer esa luz en las pequeñas cosas de la vida para reconocer, no solo que Cristo ha resucitado, sino que, con él, también resucitamos nosotros.

¡Felices Pascuas de Resurrección!