MAYO, MES DE LA VIRGEN

Madrid, 26 de abril de 2022

A LOS COOPERADORES PAULINOS,
COLABORADORES Y AMIGOS

Muy apreciados Cooperadores Paulinos, colaboradores y amigos:

Dentro de unos días daremos comienzo al mes de mayo, muy fuertemente marcado en la Iglesia, y especialmente en España, por la devoción a la Santísima Virgen, bajo un sinfín de advocaciones.

En tal circunstancia, me parece importante comunicarme con vosotros, no para despertar en vuestros corazones los más tiernos sentimientos hacia nuestra Madre del cielo, porque estoy seguro de que esto es algo que todos cultiváis y tratáis de mejorar sin necesidad de que nadie os estimule.

Lo que pretendo hacer es presentaros brevemente la advocación mariana que centra la atención de todos los miembros de las diez ramas de la Familia Paulina, sea cual sea la rama a la que cada uno pertenezca: MARÍA, REINA DE LOS APÓSTOLES.

Veamos cómo ha vivido y presentado esta advocación mariana el beato Alberione:

La Santísima Virgen fue una presencia viva y muy significativa en toda la existencia del P. Alberione, desde su primera infancia. Siempre le ha gustado recordar que su madre lo había consagrado a María muy poco después de su nacimiento, y que su primera educación religiosa había tenido lugar a la sombra de tres santuarios marianos de su entorno: Nuestra Señora de las Flores, en Bra; la Virgen de las Gracias, en Cherasco; la Virgen de la Moretta, en Alba (los tres en norte de Italia). Así, la figura de María se le había presentado del modo más sencillo y ordinario: a través de la familia, de las prácticas devocionales del tiempo, de los lugares de culto mariano, hasta su encuentro más consciente en su adolescencia y en los estudios del seminario.

Sus primeros estudios marianos comenzaron en el seminario, a través de dos autores ya por aquel entonces muy populares: san Alfonso María de Ligorio y San Luis María Grignion de Monfort, cuyos libros eran señeros en el aspecto devocional. Pero el verdadero “descubrimiento” de María y del papel que jugó en su propia vida, le vino al joven Alberione de la lectura de la encíclica Adiuitricem PopuliChristiani, de León XIII (1895). Una de sus frases fue para él un haz de luz carismática: “Con plena verdad -escribía el Papa- María debe ser considerada Madre de la Iglesia, Maestra y Reina de los Apóstoles…”.

Rememorando más tarde aquella encíclica, el P. Alberione resumía así su núcleo central: “León XIII demuestra como María fue Maestra de los Apóstoles y de los primeros cristianos, porque ella edificó de manera admirable a los fieles con la santidad con su ejemplo, con la autoridad de su consejo, con la suavidad de su consuelo, con la eficacia de sus oraciones”.

Una exigencia de la misión

Ya inclinado a ello por razón de su tendencia de ir siempre a lo concreto, el P. Alberione sólo comprendía su relación con María en términos de vida, de fe y, por consiguiente, de auténtica espiritualidad mariana, la cual, ciertamente, incluía conocimiento y contemplación. Pero, por razón de un compromiso vital, también comportaba amor y servicio.

Así, la devoción mariana asimilada por él en la familia se convierte en comprometida implicación a lo largo de toda su existencia. “Devoción”, escribe, “significa consagración, entrega…, donación total, integral, de nosotros mismos, en cuanto a fuerzas físicas, morales, intelectuales. Y también del ser del que provienen las fuerzas; tomar y donar toda la persona… en su luz, en su espíritu, en sus ejemplos y en su gracia”.

Y todo esto, a partir de la propia vocación y misión consagradas. Por lo tanto, el P. Alberione, desde su ordenación sacerdotal (1907), decidió tomar a esta materna Reina como inspiradora de su ministerio. Apenas ordenado sacerdote, puso su ministerio bajo la protección de María Reina de los Apóstoles; y lo mismo quiso que hicieran los jóvenes aspirantes y los miembros profesos de sus diversas fundaciones. Bajo el Patrocinio de esta misma “Reina” puso un ciclo de conferencias sobre pastoral pronunciadas por él entre 1910 y1915, la Escuela de Sociología y los primeros pasos de los nuevos sacerdotes en su ministerio. Por esto, es comprensible que los primeros Paulinos, cuando le hicieron la pregunta sobre el título mariano con que se habían de dirigir a la Señora, encontraron, de parte del P. Alberione, una respuesta ya meditada y motivada. Así lo recuerda el Fundador:

“El 8 de diciembre de 1919, fiesta de la Inmaculada Concepción, han venido junto a mí jóvenes aspirantes y algunos profesos para preguntarme bajo qué título deberíamos nosotros invocar a María: cuál había de ser nuestra devoción. Por ejemplo: Auxilium Christianorum, Mater Divinae Gratiae, Mater Boni Consilii, etc. Como era cosa que yo había ya pensado y orado, les respondí: invocar a María bajo el título de Regina Apostolorum: para que sean santificados los apóstoles y “apóstolas”, para que reciban el bien los hombres colaborando con los apóstoles, y para que así los apóstoles y los fieles estén juntos en el cielo”.

Aquella pregunta, significativamente fechada (8 de diciembre de 1919), fue para el P. Alberione como un toque de campana para poner en marcha una búsqueda, también bajo el punto de vista doctrinal, sobre las raíces y sobre el significado del título, sobre las implicaciones espirituales y apostólicas.

Búsqueda de motivaciones

El P. Alberione sabía bien que, desde mediados del siglo XIX, había congregaciones misioneras que promovían el culto a “María, Reina de los Apóstoles”, entre ellas la Sociedad de María (Marianistas), fundada por el P. Chaminade en el 1817, la Sociedad de Apostolado Católico (Palotinos), en el 1835, y el Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras, fundado por Ramazzotti en el 1850. Todas estas instituciones desarrollaban, de manera diversa, una espiritualidad mariana apostólica, coherente con la nueva sensibilidad del tiempo. Y algunas ya tenían el correspondiente culto litúrgico a la Reina de los Apóstoles aprobado por la Santa Sede.

El. P. Alberione hizo tesoro de todas estas adquisiciones precedentes, y espoleado también por las exigencias formativas de sus jóvenes comunidades, puso en marcha una reflexión sistemática, que se expresó, por más de veinte años, en un programa capilar de catequesis y de animación, con todos los medios a su alcance: predicación, artículos, opúsculos, manifestaciones académicas y, sobre todo, meditaciones, retiros y ejercicios espirituales.

De un mes de prédicas sobre María, pronunciadas por el mismo Fundador, recogidas y ordenadas por el beato Timoteo Giaccardo -primer sacerdote de su reciente fundación, la Sociedad de San Pablo-, nació el primer libro sobre la Reina de los Apóstoles, impreso en 1928 y firmado por el mismo beato Timoteo Giaccardo. El mismo P. Alberione hizo la presentación del citado libro y dirigió esta felicitación, por escrito, al autor:

“He leído, sin interrupciones, todos los originales manuscritos del “Regina Apostolorum”; he llorado de agradecimiento al Señor por habernos puesto bajo la protección de esta Madre, Maestra, Reina, tan hermosa, tan buena, tan poderosa. También me he arrepentido mucho por haberme yo retrasado tanto en promover más popularmente el culto y la devoción a esta advocación. ¡Al menos, trataremos ahora de hacerlo con más diligencia! ¡Ella es la madre de todas nuestras vocaciones y de toda nuestra vocación! ¡Imprimamos, difundamos, oremos a nuestra Madre! Este año estoy esperando grandes gracias. Deo gratias! Afectísimo. Alberione”.

Veinte años más tarde, en 1948, el Fundador volvió a retomar el argumento, con una serie de artículos y de meditaciones dirigidas a las comunidades, de lo que nació su libro, María, Reina de los Apóstoles.

            En los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial se vivió en Italia un período muy fecundo de renovación en toda la comunidad eclesial, a lo que han contribuido el beato Alberione y toda su amplia familia de Institutos. A este respecto, es significativo el texto de una meditación dirigida por el Fundador al Congreso Mundial de los Religiosos, en el 1950, sobre el tema “María Apóstola”. El P. Alberione enumeraba las muchas razones por las que la Madre de Jesús merece este título, y más aún, el de “Reina de los Apóstoles”, porque ella ha ejercido todos los apostolados (del ejemplo, de la palabra, de la oración y del sufrimiento…) que son posibles a una mujer. Es más – escribe-, podemos ver también a la Virgen como Corredentora.

Es significativa la invitación pronunciada al principio y al final de su aportación al mencionado congreso: “¡Formemos Apóstoles!, y démosles como apoyo, consuelo y guía a la Santísima Virgen Reina de los Apóstoles. Igualmente, es también muy iluminador el tema que ha querido colocar, bajo el título, en la portada del boletín San Paolo, que recogía todo el texto de la meditación: “Ave María, libro inexplorado, que has ofrecido al mundo como lectura al Verbo e Hijo del Padre” (S. Epifanio, obispo).

Documentación: Archivo San Pablo.

P. Antonio Maroño Pena, SSP
Delegado para los Institutos agregados
de la Sociedad de San Pablo