LA HORA DE LA VOLUNTAD DEL PADRE

P. Pepe Fernández, ssp

«Padre, si es posible, que se aparte de mí esta copa…» (Mt 26,39).

Ha llegado la hora de Jesús, la hora de la pasión y muerte en la cruz. Este hecho no debemos interpretarlo como un simple «dolorismo» sino que «como amase a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 23,1). El amor lo transforma todo y lo trasciende todo.

Este dolor de Jesús nos ofrece la oportunidad para reflexionar, para contemplar no solo su dolor sino todos los dolores que suceden en el mundo, que sufre la humanidad: unos debidos a causas naturales, otros debidos a la malicia humana: la soberbia, el poder y otros que superan nuestra capacidad de comprensión y entran dentro de los designios inescrutables de Dios. Forman parte de un proyecto divino que nos precede y nos supera. No lo comprendemos, pero no quiere decir que sea un absurdo, sino motivo de transformación personal.

Los momentos que estamos atravesando de pandemia y de invasión, por hacer alguna alusión, son un motivo de elevarnos sobre las circunstancias para, mediante la fe, descubrir el hecho transformador de la cruz. Cuando el dolor nos ataca hay que encontrarle una finalidad. Nunca considerarlo un castigo por el pecado pues Job era una persona que obraba rectamente ante Dios y es sometido a prueba para constatar su fidelidad.

«Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mt 26,39).

La voluntad de Dios es el motivo trasversal de todo el Evangelio. La Virgen María responde: «hágase tu voluntad». Jesús, se encarna para hacer la voluntad del Padre. Jesús transforma la cruz en un acto de entrega, de amor hasta el extremo. Un amor que aguarda el momento de la unión, un amor que quiere atraer hacia sí a todos los hombres, cumpliendo también así lo que la misma creación espera, pues: «ella aguarda la manifestación de los hijos de Dios» (cf Rom 8,19).

Lo que todos deseamos y a lo que aspiramos es a ser amados. Cuando nos encontramos en una situación difícil somos capaces de resistir si sabemos que alguien nos espera. Que alguien está a nuestro lado. Dios no quiere el dolor, pero está con nosotros en el dolor. Dios es la razón segura sobre la que se asienta mi vida, y a partir de la cual yo puedo proyectarla si voy al encuentro de Cristo, incluso por el camino del sufrimiento.