Mensaje de semana santa y Pascua

CAMINANDO POR EL DESIERTO… ¡HACIA LA PASCUA!

El escritor y poeta francés, Antoine Saint Exupéry, que sabía mucho de aviones, de desiertos, y también de oasis; perdido en el Sahara Occidental, suspiraba como los apóstoles en la Transfiguración: “¡Qué bien se está aquí…” Sin embargo, desde el oasis, no apartaba su pensamiento de la muerte, que ya veía cercana, aunque sería más tarde cuando entregaba su alma en pleno mar, a bordo de su inseparable avioneta.

Caminando por el desierto, corremos siempre el riesgo de que la tentación nos sorprenda. En tiempos inciertos, confusos, de pandemia, nos convertimos en más permeables al desaliento, al pesimismo y la desesperanza. Pensamos que el mundo es malo, que los hombres son malos, y que estamos abocados al desastre total; nos dejamos ofuscar por una visión que en nada se corresponde con la visión de hombres y mujeres de fe. Resulta peligroso y nefasto hacer de los males que afligen a este mundo nuestro, un programa pastoral, cargado de miedos y de temores sin fundamento.

El mundo no es malo, ni está maldecido por Dios, más bien todo lo contrario: Dios creó el mundo, y de ningún modo va a permitir que se pierda. Dios permite que seamos tentados, que seamos probados en nuestra libertad, pero nunca va a consentir que caigamos al abismo para siempre.  Dios ama al mundo, Dios me ama a mí, a ti, y a todos los hombres y mujeres de este mundo, y no se trata de frases hechas, sino de afirmaciones que recogen el núcleo de nuestra fe: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”. Este amor es el origen de nuestra esperanza, y el fundamento de nuestra Redención Pascual. Esta fe en la apuesta de Dios en Cristo, envuelve al hombre en su totalidad: mente, voluntad y corazón, con sus grandezas y con sus miserias. El hombre, sólo espíritu, no existe. Un hombre, o mujer, adultos, han de ser y sentirse responsables de “todo” su ser.  Cristo redime el cuerpo y el espíritu por igual. Pero caminamos con la vista puesta en lo que nos espera, resurrección y vida pascual.

Ojalá que esta Pascua que se nos aproxima, y siempre está a nuestro alcance, nos haga apreciar más y más la vida: la ordinaria de cada día, la que se nos concede en la costumbre y en la rutina, la vida que se funde y se confunde con los propios latidos del corazón. Vivimos a cada instante, no podemos aplazar la vida para las grandes ocasiones. El tiempo pascual resalta ese sentido de la vida que fluye. Pablo, no puede menos de exclamar: “Hermanos, habéis resucitado con Cristo, vida nuestra”, trasladando al quehacer diario el esplendor de la gloriosa resurrección.

Meditamos con el poeta: “Aquí vino y se fue. Vino, nos marcó nuestra tarea y se fue. Vino, llenó nuestra caja de caudales con millones de siglos y siglos. Nos dejó unas herramientas… ¡y se fue! (León Felipe). La esperanza cristiana abre sus puertas de par en par para que nosotros pasemos, firmes y confiados.

Bajando un poquito a la arena de la vida, ¿cómo se puede hablar de Pascua a la vista de tanto atropello, sufrimiento e injusticias que existen en el mundo?  ¿Cómo nos atrevemos a contar un relato de victoria sobre la muerte cuando en nuestro mundo hay millones de personas que sufren, que están marginadas, que mueren por un virus, o por el egoísmo y los daños colaterales del mal y la desgracia? A profundos interrogantes, profundas respuestas. Jesús afirma: “Yo soy la resurrección y la vida… Quien cree en mí, no morirá para siempre”. Otro testigo, que habla en primera persona, Pablo de Tarso: “Si morimos con Cristo, resucitaremos con Él” “Vana sería mi predicación si Cristo no hubiese resucitado”. Así lo experimentó el apóstol, y como Él tantos millones y millones de hombres y mujeres que nos han precedido en la fe.

Acompañados con María, caminamos hacia el misterio Pascual: banquete eucarístico, muerte y resurrección. Nos invitamos y felicitamos mutuamente a la Fiesta que mana de nuestra fe, y se celebra como pueblo, en familia, en nuestro querido mundo que, aunque a veces nos presente un rostro que no nos gusta, Dios nos quiere siempre y a todos, sin distinciones de credo, raza o color.

Lázaro García
Superior Provincial
SSP- España