Mirad, estamos subiendo a Jerusalén

«Mirad, estamos subiendo a Jerusalén…» (Mt 20,18)

“Cada etapa de la vida es un tiempo para creer, esperar y amar” finaliza el Papa Francisco su mensaje para la cuaresma de este año que dedica a reavivar en nosotros las virtudes teologales de la fe, la esperanza y la caridad; y que titula «Mirad, estamos subiendo a Jerusalén…» (Mt 20,18). De esa forma ilumina el inicio de este itinerario de cuarenta días que preceden a la fiesta culmen y centro de nuestra fe: la Pascua.

El Papa Bergoglio realiza una interesante relación de imágenes entre las virtudes teologales y los tres elementos claves para vivir la cuaresma, el ayuno, la oración y la limosna, que a su vez son, en palabras de Francisco, “las condiciones y la expresión de nuestra conversión”; y las propone como medio eficaz para subir con determinación, la cuesta pascual que iniciamos.

“Ayunar significa liberar nuestra existencia de todo lo que estorba”, y afirma que nos debemos despojar hasta de la saturación de información y del consumismo. Solo así, podremos ver el verdadero rostro de Cristo que viene a nosotros «lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14).

“En el recogimiento y el silencio de la oración, se nos da la esperanza como inspiración y luz interior, que ilumina los desafíos y las decisiones de nuestra misión”. De esta manera, en los contextos actuales que vivimos, podremos revestirnos de paciencia y esperar solo en Dios, quien da de beber a sus criaturas, de las fuentes de agua viva.

“Lo poco que tenemos, si lo compartimos con amor, no se acaba nunca, sino que se transforma en una reserva de vida y de felicidad.” La caridad, vivida plenamente, no solo abre horizontes amplios de oportunidades, sino que nos hermana y nos une en la construcción de una sociedad más justa y solidaria.

Finalmente, citando su más reciente encíclica, el Papa advierte “«Sólo con una mirada cuyo horizonte esté transformado por la caridad, que le lleva a percibir la dignidad del otro, los pobres son descubiertos y valorados en su inmensa dignidad, respetados en su estilo propio y en su cultura y, por lo tanto, verdaderamente integrados en la sociedad» (FT, 187).”